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UNA INTIMIDAD

No te acerques más —le dijo Dios—. Quítate las sandalias, porque estás pisando tierra santa. Yo soy el Dios de tu padre. Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Al oír esto, Moisés se cubrió el rostro, pues tuvo miedo de mirar a Dios.
Éxodo 3:5-6 NVI
           
            No es lo mismo tener una relación que  tener una intimidad. Por alguna razón las personas suelen creer que tanto la relación como la intimidad son una misma cosa, sin embargo hasta en los diccionarios menos letrados encontraríamos las diferencias:

Relación: Trato, comunicación de una persona con otra.

Intimidad: Pensamientos y sentimientos más profundos de una persona. Amistad íntima.

¿Lo ves? Una cosa está muy lejos de la otra. Podemos tener una relación con nuestros compañeros de trabajo, conocidos de la iglesia; incluso solemos relacionarnos muy bien con nuestros familiares, y en el mejor de los casos logramos, con algunas personas muy selectas, una relación más cercana o frecuente. Tratamos con todos ellos, comunicamos nuestros pensamientos (a medias) y una que otra vez damos a conocer parte de nuestros sentimientos, pero ¡un momento! Que nadie pase  de ese límite. 
La intimidad por el contrario va muchísimo más allá. Va más lejos que solo ‘tratar’ a alguien o de solo ‘comunicar’ algo. En lo más íntimo de nuestro ser están esos pensamientos y sentimientos alocados, tontos e incluso vergonzosos que no te atreverías a contarle a esas personas con los que te relacionas, pero sí con aquellos con los que intimas.

Hace algún tiempo conocí a una muy buena ‘amiga’. Ella era de esas personas importantes a los que pocos tienen un acceso más o menos personal; rara vez dejaba entrever rasgos de su personalidad, aunque conmigo y unos pocos más era diferente. A pesar de mi lindo privilegio de poder compartir un poco con ella siempre le tuve muchísimo respeto y confieso que su sola presencia era bastante intimidante. Era de esas personas a las que anhelas acercarte, pero una vez que lo logras te das cuenta de su naturaleza amablemente aplastante. Yo la conocía bastante bien (o eso pensaba yo) Recuerdo haber disfrutado cada momento que compartimos, y siempre que se podía, conversábamos a solas de algunos temas que ante otros no haríamos. La verdad es que para mí era la clásica y genuina versión de una amistad: Compartimos, nos reímos, lloramos, te cuento algunas cosas, escucho algunas de las tuyas y listo ¡qué gran amistad! Sin embargo, hubo un día donde conocí su verdadera personalidad. Ese día supe que por mucho tiempo había sido una completa desconocida. El día que la desconocí, fue justo el día en que la conocí.

Yo conocía de ella una persona de recio carácter, no malhumorada solo de firmes decisiones, que se enfrentaba sin titubear a quien actuara injustamente; que solía ser algo tosca cuando en algo no estaba de acuerdo, y un tanto odiosa con aquellos que no eran de su completo agrado.  Siempre muy amable e incansablemente chispeante. Pero ¡qué poco la conocía! Esas características no eran más que la mitad de la cuarta parte de un tercio de su personalidad. El día que la conocí (después de años creyendo conocerla) escuché por primera vez su voz y, aunque antes ya había visto su mirada, ese día por primera vez observé sus ojos; nunca habría imaginado que de su boca saldrían esas graciosas palabras, ni tampoco que su sonrisa fuera realmente tierna; que su visión acerca de todo fuera tan hermosa, y que su naturaleza tan alocada fuera realmente su fortaleza. En un par de horas mi percepción de ella cambió completamente. Conocí su verdadera personalidad, y todo gracias a que ella desnudó su corazón.

Entre Moisés y Dios pasó algo similar ¿no me crees? Bien, entonces observemos más de cerca esta historia de la Biblia. Moisés se encontraba trabajando; estaba apacentando ovejas, de pronto vio que un arbusto se prendido en llamas. En el desierto es común que estás cosas pasen, lo que realmente llamó la atención de Moisés es que el arbusto no se consumía; así que como buen curioso se acercó a ver por qué pasaba este fenómeno. Cuando ya estaba llegando para mirar de cerca, Dios le habló y le dijo “Moisés…No te acerques más”. En lo personal, estas palabras no son muy conmovedoras en lo absoluto. Parecía haber un límite entre Él y Moisés, de ahí no se podía pasar.

Veamos qué es lo siguiente que Dios hace:

 “Yo soy el Dios de tu padre. Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”.

 El Señor, Caballero por excelencia, se presenta ante Moisés:

-          Mucho gusto Moisés. Sé que has oído de mí; Soy el Dios de tus ancestros. Tu Creador.

“Al oír esto, Moisés se cubrió el rostro” No es para menos que haya reaccionado de esta manera, yo habría palidecido y hasta me habría desmayado. El temor hizo que Moisés cerrara sus ojos y se cubriera su rostro.

Lo siguiente que dice la Biblia es realmente fascinante: “pues tuvo miedo de mirar a Dios” No me creerás que es fascinante hasta que te cuente lo que pasa más adelante.

            Creo que el tipo de miedo que experimentó Moisés no era el temor reverente sino más bien el pánico. Pánico porque estaba viviendo algo que nunca había experimentado; pánico porque estaba viendo algo fuera de lo natural, pánico porque estaba escuchando por primera vez una voz que venía de la nada a decirle “Hola Soy ‘Yo Soy’ ”.

Como para que Moisés comenzara a familiarizarse a Su voz, Dios ignoró la reacción miedosa y siguió hablándole, no de cualquier cosa sino de sí mismo. Le contó un poco acerca de Su preocupación para con el pueblo que estaba cautivo en Egipto, y le insinuó sutilmente Su amor y Su plan para que fueran finalmente libres. En esto último no profundizó mucho, el Señor solo necesitaba que Moisés se atreviera, al menos, a responderle alguna palabra, lo mejor pasaría después. Y para no alargar más la historia, el inseguro Moisés aceptó ir y hacer lo que Dios le había dicho.

Tiempo después, como ya sabemos, Moisés mantuvo su relación con Dios, y el pueblo de Israel salió de la tierra de Egipto. Lo que pasa en el camino a la Tierra Prometida es lo realmente bueno de toda esta historia. Ahí va:

“También le dijo el Señor a Moisés: «Sube al monte a verme, junto con Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel. Ellos podrán arrodillarse a cierta distancia, pero sólo tú, Moisés, podrás acercarte a mí. El resto del pueblo no deberá acercarse ni subir contigo.”

¿Lo viste? A ver, quitemos algunas palabras que quizá te hagan visualizar mejor:

«Sube al monte a verme… pero sólo tú, Moisés, podrás acercarte a mí.

¡UN MOMENTO! ¿No fue este mismo que tiempo atrás le había dicho a Moisés “No te acerques más”? ¿Qué fue lo que le pasó al gran Yo Soy? ¿Qué le hizo cambiar de opinión? En pocas palabras Dios le dijo: 

-          Ven, quiero que me veas. Todo este tiempo hemos hablado, has hecho lo que te digo, pero ¿sabes qué? Para mí eso no es suficiente, ya no aguanto las ganas de que estés cerca de mí.

Para nadie es un secreto que Moisés estuvo 40 días con Dios, y respecto a esto quiero que reflexionemos un poco. Dios es Todopoderoso, nada hay imposible para Él. ¿No crees que haya podido escribir 10 mandamientos en las tablas en tan solo un segundo? Seamos honestos, no era una obra literaria la que escribió, así que no tiene sentido que Moisés haya demorado tanto tiempo con Dios. O quizá sí.

Creo que el Señor tenía tantas ganas de estar con Moisés y disfrutaba tanto que él estuviese ahí que lo retuvo por poco más de un mes con Él. Imagino a Dios diciéndole a Moisés:

-          ¡Espera! No te vayas. Quédate un día más. Solo un día más.
Dice más adelante que:

Hablaba el Señor con Moisés cara a cara, como quien habla con un amigo. (Éxodo 33:11)

¿Te das cuenta? No era Moisés quien hablaba con Dios, era Él quien hablaba con Moisés. Realmente lo consideraba Su amigo.
Y entre tanto Moisés y el Señor hablaban, la relación dejó de existir para ellos. Llegaron a ser amigos muy íntimos. Y por lo que dice la Biblia, fue Dios mismo quien se encargó de que Moisés le conociera como Él Es. Creo que Moisés percibió que ya no había nada que temer, que no había nada que Dios quisiera ocultarle, así que le dijo:

“Déjame verte en todo tu esplendor"

¡Qué hermosa intimidad! Aquel que tiempo atrás le tuvo miedo a la voz, le decía ahora déjame verte. Algo pasó: Moisés conoció al Señor, lo conoció de verdad. Cuando intimó con Él se sintió seguro, ya no hubo más temor de ser señalado. No hubo protocolos al hablar, ni ceremonias, ni rituales con música; Moisés entró y le dijo a su amigo: Déjame verte.

Me hace pensar en la cantidad de esquemas que tenía de mi amiga. Ella resultó ser todo lo contrario de lo que yo había percibido de su personalidad. Para mí ella dejó de ser la mujer de recio carácter, ahora puedo ver que en realidad es la más noble sobre la faz de la tierra; dejó de ser alguien de difícil acceso, y se convirtió en alguien a quien puedo acudir cada vez que quiero; dejó de darme vergüenza ser quien realmente soy cuando estamos juntas. Me mostró cuánto le importo, y esa sola razón hace que, siempre que pueda, quiera compartir con ella.  

Moisés se dio cuenta que no había conocido a Dios hasta el día que realmente lo conoció. Y aunque ya había oído Su voz, la escuchó por primera vez, aunque antes ya había sentido Su Presencia, comenzó a contemplar Su Gloria; Moisés quizá escuchó palabras graciosas de Dios, y conoció Su majestuosa ternura. Su percepción de Él cambió completamente. Conoció Su verdadera personalidad, y todo gracias a que el Señor desnudó Su esplendor.
Algo cambia cuando conoces la verdadera personalidad de alguien. Las cosas jamás quedan igual. También esto le pasó a Moisés cuando conoció a Dios. Nada nunca volvió a ser lo mismo. Nunca más le temería, y nunca más se cubriría el rostro para ocultarse de Él.

Cuántas veces creemos ser amigos de Dios solo porque oramos, nos reímos, lloramos y le contamos algunas cosas. Cuántas veces creemos erróneamente conocerle. Dios es un completo desconocido para nosotros, a veces hasta es demasiado complicado escuchar Su voz. Probablemente haya un límite entre tú y Él, probablemente haya un “no te acerques más” aunque en esta ocasión no ha sido Dios quien lo dice, sino tú quien lo impone.

No hay límites que Dios ponga entre  Él y tú, si aún lo dudas mira a la Cruz, y mírala muy bien, ¿ves quién está colgado en ella? Es Dios, y te repite una y otra vez lo que le dijo a Moisés “ven, quiero que estés cerca de mí”. Pero esta vez no serán 40 días en Su Presencia, sino toda la eternidad.

Dios no solo quiere que lo veas como un amigo, Él también quiere tú seas Su amigo.  Él ya desnudó Su Esplendor y Su corazón para ti.
Quita las manos de tu rostro, abre tus ojos. El está delante de ti, quiere que lo conozcas.

Orianna García

6 comentarios:

  1. ¡Esto merece ser compartido por las redes!

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    1. excelente mujer, tienes madera para escribir tu propio libro. buena redacción y sentido del texto, bastante literario me gusta muy buena de verdad felicidades amiga intima, bendiciones...

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  2. Sigue posteando cosas como estás.
    ¡Con mucho ahínco te lo pide el publico!

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    1. Gracias vale! Dios mismo es quien lo coloca en mi corazón. No hago más que plasmar lo que Él me muestra.
      Un abrazo!

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  3. Buenisimo gloria a Dios el mensaje me llegó XD

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